Tenía ya un buen rato de verlo dormir.
Plácidamente. Profundamente.
Ya no le molestaba cuando roncaba; de hecho hasta le divertía cómo lo hacía. Parecía como un enorme y torpe cachorro de san bernardo soñando...a veces roncaba profundo, a veces con un pequeño gemido.
Ah, este hombre.
Realmente era muy distinto a otros. ¿Terco? Bueno, sí. Medio ciego para encontrar cosas en la refri...también.
Ni modo; ya sabía ella que no estaba agarrando a un hombre de paquete. Es más, estaba bastante usado ya. "Corridito" dirían las abuelas.
Pero mejor así, porque este Eduvijo era él que le llevaba el desayuno a la cama; él que se encargaba de meter la ropa a la lavadora y después colgarla en el tendedero.
Él mismo que le llevaba flores; él que le mandaba mensajitos atrevidos a las 9 am. ; él que le daba una nalgadita cariñosa mientras hacían fila en el supermercado. Delante de todos.
Además, no dejaba tirada la ropa interior en el piso del baño; ponía las toallas sucias en la canasta y para su mayor asombro, siempre bajaba la tapadera del inodoro.
No, definitivamente el hombre tenía sus gracias. ¡Ah! Y de paso, cocinaba. Sin sal, insípido, pero cocinaba.
La verdad de las cosas es que ella no podía quejarse. Sí, es cierto, para ella acostumbrada a vivir sola, a moverse sola, a comer sola, el cambio había sido radical. De estar sin nadie, de sentirse bien estando sola, de tener como su Regla de Oro en las relaciones la famosa cláusula de "Sin dormida adentro", ahora había pasado a compartir su espacio, su aire, su cuerpo.
No había sido fácil, pero había sido maravilloso. Estaba viva de nuevo.
Lo mejor es que ambos habían decidido desprenderse por fin de los pesados fantasmas del pasado. Eran libres para vivir como querían.
De hecho, había sido un buen año; lleno de subes y bajas. En ese momento, faltando poco para que acabara el 2017, Segis se había despertado para verlo, para escudriñar el futuro que les venía encima; para comprobar sí había tomado la decisión correcta.
Y mientras lo miraba y lo oía roncar suavemente (no como el inútil del finado esposo que tuvo), Segis escuchó cantar al gallo viejo de la vecina.
Sonrío.
En unos instantes, Eduvijo comenzaría a moverse, despertando de poco a poco.
Ella lo sabía; ya lo conocía. Y sabía que él extendería su mano y sus ansias de hombre para buscarla, para tocarla.
Y como todos los amaneceres que habían compartido desde que vivían juntos, ella estaría ahí, esperándolo.
Lista para comenzar el amor, de nuevo.
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